SUBURBIOS 6

La poética del rock latinoamericano

El pasado 12 de noviembre en Casa América Catalunya participé, junto a Susana Funes y Jaime Nieto, en una mesa redonda donde debatimos sobre el estatus poético de la letrística del rock en castellano. Lo que sigue es mi opinión.

¿Porqué considerar a las letras de rock escritas en la Argentina como poesías? ¿Un letrista cuando es elevado al rango de poeta es algo más importante? Entonces ¿una poesía es más trascendental que una canción?

Creo que podemos caer en el eterno complejo de inferioridad que considera minusválido al que crea algo a partir de un oficio simple más o menos remunerado, ante el que concibe cosas desde una posición deliberadamente artística y romántica.

Pero ¿la poesía, y su vinculación con la literatura, siempre rondaron cerca de las letras de rock en la Argentina? No fue tan así. De fines de sesenta hasta los ochenta, salvo honrosas excepciones donde la referencia fue directa (Artaud de Spinetta) no es la poesía literaria la más importante influencia. Creo que en este período prevalecen el cine, la TV y los cómics. Y, fundamentalmente, el imaginario urbano que llegaba preseteado en las letras de los Beatles y Dylan. Tomemos como ejemplo la importancia del puerto: Liverpool, Londres, Nueva York, Buenos Aires comparten esta mística urbana de la bruma portuaria donde en bares de mala muerte recalan los perdedores, las putas y los músicos de todo el mundo. Si bien sobrevolaban alrededor de las bandas escritores y poetas, la fauna de la época estaba mayoritariamente conectada con las artes visuales y plásticas. Los primeros recitales de Manal y Almendra fueron para el público del Instituto Di Tella.

Llegando los ochenta la cosa comenzó a cambiar. Personajes como Solari y Ceratti se autodefinen manifiestamente “poéticos”. Y si bien el enganche con el diseño y la moda sigue siendo muy fuerte, ahora muchos ya saben que hacen algo que puede ser llamado poesía. Y les gusta.

Cuando un hombre o una mujer se ponen a escribir la letra de una canción puede que el acto en cuestión tenga algo de parecido con lo que realiza un poeta o una poetisa. Quizás estén tristes, arruinados, destrozados, solitarios o ferozmente felices. O no. Pero el fin es diferente. Las poesías son escritas, casi siempre, para uno mismo o para un destinatario específico. Es “la voz” del poeta resonando dentro de si mismo. Las letras de canciones son redactadas porque interesa, fundamentalmente, que lleguen a otros. Es “la voz” del autor encantando a muchos. Recuerdo esa frase presente en todos los fogones nocturnos de los campamentos juveniles: “¿Porqué no cantamos una que sepamos todos?” Nunca escuche a un grupo de chicos y chicas decir: “¿Porqué no recitamos un poema que sepamos todos?”

Desde hace ya tiempo arrecian los textos que consideran a las letras de rock argentino como poesías. Y ya no son periodistas especializados sino profesores universitarios de literatura quienes escriben, volumen tras volumen, descubriendo los valores poéticos de estas canciones. Y está bien, tienen todo su derecho. Pero preferiría rescatar algunos aspectos que suelen quedar medio borrosos por tanto descubrimiento de luces líricas.

Cuando un músico y un letrista (sin distinción de sexos) se juntan para hacer una canción, esencialmente, lo hacen para pasarla de puta madre. Después puede que surja un Yesterday o un Cambalache y se llenen de dinero y honores. Pero en el puntapié inicial de esta obra siempre está presente lo lúdico. Aún si la canción es triste. Hoy todos descubren musas en los versos de las canciones, pero una de las cosas que más recuerdo (y sigo disfrutando) de este oficio es la diversión intensa que produce jugar con las palabras, las métricas, la rima y la libre asociación. Muchas de las letras que hoy analizan estos profesores de literatura tan eruditos, nacieron por culpa de ellos mismos, sobre pupitres de colegio secundario. ¡Cuántas obras de arte fueron diseñadas por obra y gracia del insaciable aburrimiento escolar! Y de aquellos pupitres saltamos a las mesas de los bares. ¡Cuántas canciones fueron borroneadas sobre servilletas de papel! Pero los profesores son implacables. Primero nos persiguieron requisándonos aquellos versos garabateados cuando nos descubrían escribiendo canciones para cantar con nuestras bandas adolescentes mientras ellos nos dormían con sus clases, y hoy vuelven sobre nosotros para decirnos que han descubierto que aquello era en verdad pura poesía. ¡Pero que caraduras!

Antes un grupo componía canciones para ser famoso, hoy para pegar un hit. Por eso, aunque no es un estilo que me apasione, rescato la forma de componer que propone el hip hop. Ese free style donde se improvisan rimas a borbotones entre varios en un parque, por ejemplo, es un juego grupal socializante. Algo que me seduce más que ver “poetas solitarios”  aislados de la realidad circundante. Y he aquí el poder que rescato de la letrística ante la poesía, aunque los rudimentos o pasos de las dos acciones sean muy parecidas. Escribir letras de canciones es un oficio. Y la discusión no tiene fin. Las cosas que crean los oficios son trabajos útiles y las cosas que crea el arte son expresiones superiores de la humanidad. En mi barrio, un chico o una chica que decidía estudiar el violín en el conservatorio era diferente del joven que se apasionaba despachurrando motores en el taller o de la jovencita que flipaba inventándose vestidos psicodélicos. Siempre los conservatorios fueron más importantes que los talleres. La historia del siglo XX osciló entre sistemas sociales que nos decían: ¡ala!, todos para el taller y ¡ala!, los ricos al conservatorio y los pobres al taller.

Y así estamos. Hoy están vacíos los conservatorios y los talleres.

Porque los jóvenes no quieren ser ni genios ni aprendices. Tampoco poetas. Entonces habiendo tocado fondo, empecemos todo de nuevo y conformémonos con ser aprendices en el taller de letras del barrio. Si luego alguien nos llama poetas… pues esa es otra canción. (C.P.)

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