EN TRANSITO 57

Durante los viajes entre los centros y las periferias son muy importantes los momentos en que se deambula por las estaciones. Desde estos apeaderos uno puede llegar o partir, también hallarse en tránsito eterno.

Los tiempos que se pasan en estas instalaciones, sobre todo las ferroviarias, son propicios para actividades varias. Generalmente la secuencia suele ser la siguiente. Primero uno consulta los horarios en una pizarra del hall muy de prisa porque los agentes del Zar nos pisan los talones, luego corremos hasta las taquillas a comprar un ticket a Portbou, inmediatamente nos caemos por el bar a tomar un bourbon e invitamos con un trago a una mujer misteriosa, más tarde nos sentamos en la sala de espera y matamos el aburrimiento leyendo el Daily Planet. También podemos pasearnos por el andén tomando el sol y convencer a algún suicida de que postergue su decisión hasta el próximo otoño.

Estos personajes y circunstancias son intercambiables y los agentes del Zar pueden reemplazarse por la mujer misteriosa, en vez del Daily Planet nos concentramos en leer la etiqueta de la botella de whisky y el suicida del andén nos puede vender el boleto a Portbou. De todas estas posibilidades mi favorita tiene lugar en la sala de espera de la estación.

Prefiero las que siempre están vacías, en penumbras y con motas de polvo que flotan dentro de los haces de luz que entran por las ventanas. En estos recintos obtengo la serenidad necesaria para meditar sobre algunos temas que me preocupan mucho. Uno de ellos es la imposibilidad de ver el rostro de Dios. ¿Por qué todo el mundo puede examinar mi semblante de hastío cuando cae la tarde o mi expresión de terror cuando me cruzo con la Gorgona? Por el contrario, el Ser Supremo usufructúa el derecho a vetar su exposición facial ¿Dios tiene coronita? Pues me puse a investigar y encontré una pista en la relación que el romancero popular supo establecer entre el refrán “ver la cara de Dios” y contemplar el culo de otra persona.

Parece ser que todo comenzó con eso de La Biblia. Resulta que Moisés estaba medio caliente con lo del Exodo y quedó en encontrarse con Dios cara a cara porque los hombres de bien tratan sus diferencias de frente. El Moisés fue al encuentro y se sentó en una piedra de esas del desierto a esperar al que tiene todo el Celestial Power. Pero Dios se echó atrás a última hora alegando que ningún hombre puede ver su rostro y vivir. No aclaró nada sobre las mujeres. Sin embargo, ante la insistencia del profeta, le ofreció a Moisés un negocio con interés a tasa variable:

– Mira, me pondré de espaldas y verás mis partes traseras, pero mi cara no la conocerás porque me la taparé con las manos.

Y ya sabemos que las “partes traseras” de un ser, ya sea empleado bancario o entelequia ideal, son el conjunto anatómico conformado por las nalgas y el esfínter anal. Es obvio, uno no se la puede pasar todo el día yendo de aquí para allá tapándose la cara y con el culo al aire. Pero un buen día todo fue a peor. Luego de mi ejercicio de meditación trascendental en la sala de espera de una estación de trenes, decidí ir al baño. Entro, cierro la puerta tras de mi y encaro hacia el váter. Y entonces tengo una visión extrasensorial. Desde la mochila del inodoro me mira la cara de Dios. Y… ¡Dios se me manifiesta como… un emoticón!!!

CARA DE DIOS

Repuesto de mi estupor, interpreté racionalmente esta experiencia religiosa. Pocas cosas suelen estar más cerca del culo que la cisterna adosada a la taza de un inodoro. Por lo tanto ¿que mejor lugar puede elegir Dios para revelarnos su rostro disimulado bajo la apariencia de un emoticón?

 

 

 

 

 

 

 

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