LAS CIUDADES POR LA BOCA MUEREN 5

Los orígenes de la Zoociología pueden rastrearse en las exploraciones positivistas del siglo XIX que recorrieron las colonias europeas de ultramar en búsqueda de tribus de aborígenes exóticos. Por aquellos tiempos era menester viajar hasta los desiertos australianos, las praderas norteamericanas o las selvas congoleñas para dar con unas curanderas koori, unos guerreros apaches o unos cazadores pigmeos. Luego se organizaba un circo itinerante y se salía de gira por las ciudades de Europa exhibiendo a todas estas gentes, lo más desnudas posibles, en escenarios de feria como si fueran fieras salvajes.

Imágenes cortesía colección privada familia Thyssen-Bornemisza

Porque estos individuos eran muy diferentes a los habitantes de París, Londres o Barcelona. Ciudades donde todos lucían más o menos parecidos. Ellos con bigotes, sombreros y paraguas y ellas con maquillajes, corsets y… también paraguas. Porque todo el mundo civilizado usaba paraguas. Alguno que otro medio llamativo quedaba por allí. Una gitana, un rabino, un testigo de Jehová. Sobrevivieron muy pocos.

Fotografía de mis abuelos maternos procedente del album familiar.

Pero un buen día las cosas cambiaron y lo extravagante, todo lo que se denominaba con palabras que anteponían el prefijo “ex”, dejó de llegar desde fuera. Y los antropólogos y los sociólogos se quedaron sin clientela. Todo lo excéntrico comenzó a venir desde el interior de nosotros mismos. Lo “ex” comenzó a originarse desde lo “in”. Y los psicólogos ocuparon el lugar más importante en la escala académica de la cultura occidental.

Esto generó problemas serios. Muchos cientistas sociales debieron buscar trabajo como taxistas o vendedoras de cigarrillos en cabarets de lujo.

El doctor Martín Barbero incia su etapa cuentapropista

La investigara Margaret Mead en plena faena nocturna.

Hasta que a un despabilado, de esos nunca faltan, se le ocurrió una idea genial. Se dijo el buen hombre: Si antes viajábamos a cazar aborígenes estrambóticos hasta lugares tan lejanos ¿porqué no organizamos expediciones por los barrios y los suburbios? La Zoociología ya tenía partida de nacimiento.

Pero ¿cómo orientar la búsqueda? Por aquellos años no había mucha fauna insólita dando vueltas por las calles de las ciudades. De los cambios profundos aún no se hacía alarde públicamente. Por eso uno se topaba con no mucho más que abuelas sentadas en la puerta de calle tejiendo bufandas infinitas, abuelos jugando a las barajas con fantasmas en los bares y alguna que otra muchacha suicidándose desde un puente. Luego todo eran señores con trajes de franela que intentaban robar bancos, señoras con vestidos de hilo que merodeaban por los cementerios, algunos soldados con uniforme de gala remendados y unas cuantas monjas chupando un rosario.

Entonces los jóvenes dieron la nota.

Ya sabemos cómo empezó todo. Con eso de la música con sonido a lata, el baile epiléptico, las ropas de colores, las peleas en las playas, las motocicletas a mil y las borracheras de muerte. Claro que en los arrabales se matizó con una que otra navaja o un bate de beisbol. La Zoociología se expandía gracias a estos rebeldes sin causa que se organizaban en grupos según territorio y/o clase social influenciados por las corrientes combativas de la geografía dodecafónica y el materialismo histórico de la línea Gaby, Fofó y Miliki.

Con el paso de los años las cosas se complicaron. Ya no parecía suficiente con enrolarse en el bando de los que disfrutaban de la vida en el centro o en el de los que malgastaban sus años en los barrios suburbanos. Entonces surgió la caterva de los que se peinaban con brillantina pero que, además, enloquecían con las grabaciones de Gigliola Cinquetti, sólo bebían clericó de agua bendita y hacían el amor de pie. Pero de estos se escindían las que también se peinaban con brillantina, enloquecían con las grabaciones de Gigliola Cinquetti, sólo bebían clericó de agua bendita pero no hacían el amor de noche. A su vez de este subgrupo se separaban los que abandonaban la brillantina, proseguían  enloquecíendo con las grabaciones de Gigliola Cinquetti pero decidían practicar solamente sexo grupal lubricando sus genitales con clericó de agua bendita. Claro que luego sobrevino el cisma de las que se peinaban con clericó de agua bendita, abominaban de Gigliola Cinquetti y optaban por relaciones sexuales sólo con la luz prendida del velador untando sus cuerpos con brillantina.

Y sobrevinieron como 358 variantes más.

Manifestación de los Yayo flautas contra el aumento del ticket en el metro.

La Zoociología, en la cima del reconocimiento mundial, acuña la célebre categorización científica: “tribus juveniles urbanas”. Se recuperaban aquellos circos itinerantes de seres exóticos del siglo XIX y retornaban las giras por las ciudades de Europa. Pero esta vez no por escenarios de ferias sino por los claustros universitarios. Se produce una dura crisis en el segmento laboral de los servicios al abandonar los cientistas sociales sus trabajos como taxistas o vendedoras de cigarrillos en cabarets de lujo y regresar a sus cátedras de antaño.

El negocio de reemplazar hombres y mujeres de ultramar con anillos en las narices y plumas en la cabeza por otros seres humanos, que también usaban anillos en las narices y plumas en la cabeza, pero nacidos a la vuelta de la esquina y, encima, todos jóvenes, resultó un éxito. Tanto fue así que este modelo de reproducción asexuada de fauna social se aplicó a otras especies.

Y de pronto, como en un proyecto de clonación de atributos particulares al estilo Jurassic Park, reclamaron patente de colectivo con identidad propia los hombres que higienizaban sus orejas con hisopos sin algodón, las mujeres que caminaban de costado, los niños que se dormían abrazados a sus teléfonos móviles y las niñas que no borraban jamás la papelera de reciclaje de sus portátiles.

Esta vez sobrevinieron un poco más de 358 variantes.

Deja un comentario