LAS CIUDADES POR LA BOCA MUEREN 9

Imagen2249

La conspiración de los pulgares

¿Cuanto más inteligentes son los teléfonos móviles menos lo somos nosotros? El mayor temor desde finales del siglo XIX, cuando la revolución industrial se consolidó en el mundo eurocéntrico del hemisferio norte, hasta principios del siglo XXI, cuando la revolución digital arraigó en casi todo el planeta, aún consistió en la subjetivación de lo objetivo.

Desde los tiempos del positivismo y el posterior modernismo fascista y soviético, sumado el impulso que aportó la ciencia ficción, incorporamos la creencia de que los robots y las máquinas (objetos) serían cada vez más humanos (sujetos) y que terminarían por dominarnos y suplantarnos.

Tecnología bipolar

La influencia de la ciencia ficción entre las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado cobró nuevo vigor al impulsar una alternancia entre la idea de tecnología “buena” y tecnología “mala” (R2D2 / Darth Vader, o Terminator 2 / Terminator 1). Hasta instaurar en el imaginario colectivo la progresiva sustitución de la tecnología “amistosa” por un ser que encierra las contradicciones del hombre – máquina, el ciborg, cuyo ejemplo más emblemático sería el Nexus 6 de “Blade Runner”. Con el ciborg  se ejemplifica la ruptura de la discontinuidad existente entre el humano  y la máquina. En ella lo decisivo ya no es la causalidad científica, la dualidad, o el control de la naturaleza con la máquina como medio, sino que las relaciones entre estos dos elementos, espacio social y tecnología, pueden ser múltiples, sin que sea necesario distinguirlos como separados, permitiendo diferentes discursos desde los cuales analizarlos. Esta perspectiva permite comprender mejor cómo lo social y lo tecnológico llegan inextricablemente unidos en la primera década del siglo XXI.

Retomando la dialéctica entre la interdependencia del sujeto y su objetivación. Lo que está sucediendo en verdad es la posibilidad inversa a lo que se supuso inicialmente, los sujetos cada vez son más objeto. Las personas (sujetos) se implantan en sus cuerpos todo tipo de componentes inorgánicos (objetos). Los seres humanos se cosifican.

Desde las primeras prótesis para suplantar la falta de extremidades, la ciencia ha ido avanzando injertando pernos metálicos que reemplazan huesos o piezas plásticas que sustituyen válvulas cardíacas y casi toda clase de órganos internos del cuerpo humano. Sin embargo las fronteras aún están abiertas. Una nueva forma de simbiosis entre sujeto y objeto nos depara probabilidades impensadas hasta hace poco, pero muy cercanas ya en el tiempo. Se trata de la íntima dependencia anatómica que tiene lugar entre las manos y los teléfonos móviles (celulares). Más precisamente nos referimos a la interactividad táctil de los dedos pulgares, en algunos casos los índices, y los teclados y entre la orientación fija en picado de los ojos con referencia a las pantallas. Otras partes anatómicas también entran en juego en segundo plano, por ejemplo las articulaciones de las muñecas, los codos y el cuello. Por lo tanto, ¿cuánto tiempo cabe esperar para que se desarrolle una técnica quirúrgica que posibilite una hibridación epidérmica entre dedos, teclados y pantallas?

Más allá de las digresiones que esta pregunta provocativa pueda generar no cabe poner en duda los avances logrados en el área de las tecnologías de la comunicación.  La telefonía móvil ha optimizado el intercambio de mensajes, orales y escritos, entre personas. Y, en paralelo, un cúmulo de aplicaciones periféricas facilita todo tipo de actividades cotidianas. Asimismo la portabilidad, tamaño reducido, relativo bajo coste y largo alcance de estos dispositivos ha aportado nuevas posibilidades de prevención y asistencia de las personas. Desde una niña que se extravía en el barrio y solicita ayuda a sus padres pulsando una tecla del móvil hasta el montañista que se accidenta y logra ser rescatado por la señal que emite el GPS de su teléfono. Pero como en todo logro humano también abrimos puertas hacia el lado oscuro de la luna. Y así como ya mencionamos las importantes oportunidades que la telefonía móvil ha inaugurado socialmente, en el ámbito de las relaciones interpersonales surgen dudas sobre la toxicidad de su uso.

Nuevo vademécum

La íntima relación que ya se ha establecido entre las posibilidades audiovisuales de la telefonía móvil y las redes sociales ha potenciado dos prácticas abusivas ya muy arraigadas en los colectivos juveniles, el cyberbullying (acoso entre pares) y el sexting (intercambio de fotografías o vídeos con contenido erótico entre los propios jóvenes con o sin consentimiento). A estas dos posibilidades de alto riesgo, se suma ahora el grooming a través de la utilización del wthasapp emulando al facebook. El grooming, ganarse la confianza de un menor y obtener satisfacción sexual en algunos casos o materiales pornográficos en otros, ya no es una perversión ejercida solamente por adultos. Cada vez son más los abusadores detenidos con un promedio de edad que oscila entre los 18 y 20 años.

No avanzaremos más en la descripción de las prácticas ofensivas que se han potenciado con la masificación del uso de los teléfonos móviles. La aplicación de toda tecnología es bifronte. Las ciencias aplicadas no tienen moral pero la intencionalidad ética la confieren las personas al determinar su función. Creemos que los teléfonos móviles son canales de comunicación que nos proyectan hacia el otro pero, tal vez, son detonadores de ansiedades que estallan sobre nosotros mismos.

Según Elias Canetti el ser humano ha recorrido un largo camino de ejercicios digitales para lograr la perfección en el empleo de las manos. Con nuestros dedos no solamente hemos aprendido a asir o aferrar algo sino también a modelar, acariciar y arpegiar. Y también el lenguaje de los signos para designar las cosas. Quizás antecedente del lenguaje mismo. Pero en las manos reside también una “manía destructiva” de naturaleza cinemática que, precisamente, se ha orientado hacia los inventos mecánicos. Las frenéticas oscilaciones de los dedos pulgares garabateando apócopes y emoticones en los pequeños teclados táctiles de los teléfonos móviles, tal vez, serían una nueva manifestación de ese impulso destructivo mecánico que en la cultura humana se halla vinculada a la evolución de nuestro instrumental técnico.

En los últimos años se han detectado síntomas, desarrollado diagnósticos y creado nuevos síndromes basados en el estudio de los efectos que tienen en nuestro cerebro las nuevas tecnologías de la telefonía móvil. Las patologías más difundidas hasta ahora son las que ha clasificado una consultara de San Francisco (USA) denominada TechHive. Una empresa que “nos ayuda a encontrar el sweet spot (punto dulce) de la tecnología que utilizamos, nos guía hacia los productos que más satisfacción nos proveerán y nos muestra cómo sacar el máximo provecho de ellos.” Transcribimos el informe con las “alteraciones psicológicas” detectadas.

El síndrome de la llamada imaginaria. Hasta el 70% de los usuarios de dispositivos móviles han sufrido alguna vez la alucinación de que su celular había sonado o vibrado sin que en realidad lo hubiera hecho. La explicación es que nuestro cerebro ha comenzado a asociar al teléfono móvil cualquier impulso que recibe. Sobre todo bajo condiciones de estrés.

Nomofobia. Término derivado de las tres palabras ‘no’, ‘móvil’ y ‘fobia’. Describe la angustia causada por no tener acceso al celular, y puede variar desde una ligera sensación de incomodidad hasta un ataque grave de ansiedad.

Cibermareo. Esta palabra fue acuñada en los años 90, cuando aparecieron los primeros dispositivos de realidad virtual. Hoy se asocia con la dependencia visual constante que tenemos con las pantallas de los teléfonos móviles.

Depresión del Facebook. Algunas personas se deprimen porque tienen muchos contactos en las redes sociales, otros por la falta de ellos. Ahora con la telefonía móvil ya no necesitamos poder entrar en Facebook solamente cuando nos conectamos al ordenador. Podemos no salir en todo el día de las redes sociales.

Dependencia de Internet. Se trata de la necesidad enfermiza de estar todo el tiempo conectado.

Dependencia de videojuegos en línea. No muy diferente de las anteriores adicciones descriptas.

Cibercondria. Los que lo sufren se convencen de que padecen alguna o varias enfermedades de cuya existencia se han enterado en Internet. El problema es que uno puede empezar a encontrarse realmente mal a causa del efecto nocebo, lo contrario al efecto placebo.

Efecto Google. Es cuando nuestro cerebro se niega a recordar información como consecuencia de la posibilidad de acceder a ella en cualquier momento. ¿Para qué aprender algo de memoria si los buscadores nos permitirán encontrar cualquier dato cuando lo necesitemos?

Consideramos oportuno sumar también el gasto económico compulsivo on line. Compras de todo tipo, apuestas y juegos de azar.

Como ya advertimos antes, una variedad de síntomas han sido señalados. Estos han dado lugar al diagnóstico de nuevos trastornos (enfermedades) y se activan entonces los tratamientos clínicos correspondientes. Una vez más contingencias cotidianas conductuales son transformadas en problemas de salud pública. Y se prosigue medicalizando la vida. Nuevas clínicas especializadas se abren en todo el mundo. ¿Surge un nuevo nicho de negocio? ¿Qué institución profesional colegiada garantiza la legitimidad de los “nuevos” tratamientos?

Doctor Who

La delantera en este tipo de terapias fue asumida por China desde, aproximadamente, el año 2008. Fue pionero el Centro de Tratamiento de Beijing que, aparentemente, siempre ha tratado a sus jóvenes pacientes con dinámicas estándar en todo proceso de desintoxicación. Jornadas de entrenamiento físico y deporte, además de sesiones de relajación que son coordinadas por psicólogos y psiquiatras. Sin embargo en los últimos tiempos proliferan no sólo en China sino en Corea del Sur también, lugares de rehabilitación montados como campos de entrenamiento y disciplinamiento militar. El más difundido, a través de videos virales, es el de Camp Daxong en las afueras de Pekín. Llama la atención que se debiera oficializar una normativa que prohibió la aplicación del electroshock, lo cual demuestra que este padecimiento electro convulsivo se utilizó, o quizás aún se administra.

En los Estados Unidos y en Inglaterra también se expanden estas clínicas que son denominadas como “centros médicos”. Una de las más importantes funciona en el hospital privado Capio Nightingale, en Londres. Pero el primer centro que trata a ciberadictos asentado en un hospital público se abrió en 2013 en Bradford, Pensilvania (USA). De todos modos los seguros sanitarios no cubren esta terapia y quién la adopte debe pagar 14.000 dólares.

Las opiniones más moderadas sobre el tema provienen de América Latina donde se proponen campañas preventivas antes de instaurar políticas públicas. Según profesionales de la psicología orientada a colectivos juveniles no se trata de obligar a renunciar a las redes sociales y a las posibilidades conectivas de la telefonía móvil sino de aprender a gestionar su uso.

Curiosamente en la mayoría de los “síndromes” enumerados hasta ahora, no suele mencionarse con frecuencia el phubbing. Una actitud naturalizada ya en todos los ámbitos sociales, tanto por jóvenes como por adultos y que conlleva una carga perjudicial, quizás, más significativa que las habitualmente especificadas. Porque compromete la noción de alteridad. Algo que no suelen tener muy en cuenta los investigadores de patologías cibernéticas, más obsesionados con los síntomas egocéntricos e individualistas. Phubbing es un término que se acuñó hacia 2007 para designar al uso del Smartphone que una persona hace en presencia de otra. Se originó en Australia, y etimológicamente es el producto de la unión de las palabras phone (teléfono) y snubbing (despreciar). La pagina web http://stopphubbing.com/ canaliza un alerta en red sobre esta forma de micro violencia que consiste en el arraigado menosprecio por el otro al negarle, como siempre, la mirada. Pero ahora con la ayuda… de un teléfono móvil.

La tentación maniqueísta

Consultar asiduamente el celular no convierte automáticamente a alguien en un adicto que necesita tratamiento médico. Porque si los límites, consensuados o no, aplicados por padres y maestros llegan a tiempo, no será necesario resignificar un simple desorden de conducta como una enfermedad. Y delegar en una sustitución autoritaria (institucional casi siempre) el esfuerzo persuasivo y dialógico que, pareciera, nos acobarda asumir cara a cara.

Sin llegar a lo patológico, el hecho es que lo tecnológico crea sociabilidades determinadas, gusten o no. Lo que hacemos con la tecnología (o lo que nos hace la tecnología) está abierto a una creatividad muy grande, y además no hay vuelta atrás. Por lo tanto cada innovación técnica nos interpela y obliga a explorar, no solamente nuevas pericias instrumentales, sino también renovadas habilidades sociales y aperturas interpretativas críticas.

 (Agradecemos la colaboración de Noemí Canelles)

 

 

Deja un comentario