LAS CIUDADES POR LA BOCA MUEREN 7

El pasado miércoles 16 de mayo sobre la media tarde me quedé en el centro para poder asistir a un evento en el CCCB (Centre de Cultura Contemporània de Barcelona) que sus responsables titularon: Democracia escolar, culturas juveniles y participación.

Como el tema de las llamadas “bandas latinas”, eje del encuentro, no me es ajeno postergué mi regreso en tren y compartí el convite con varios amigos y amigas que también saben mucho sobre estas cuestiones. Aunque, si bien desde 2004 me ocupo de este proceso juvenil urbano, ocho años después no escuché algo inédito. No fue responsabilidad de los disertantes sino porque no hay mucho más para decir. Salvo que la crisis, y sobre todo los recortes en servicios sociales, pueden disparar las percepciones de riesgo y que estos colectivos juveniles se transformen en chivos expiatorios o sujetos de exclusión programada. Peligro que afronta cualquiera que se caiga de la red de contención del estado de bienestar y se transforme en pobre.

Durante la sesión fue proyectado un video, tráiler de una futura película que se titulará Buscando respeto. En el marco de un plano casi siempre fijo un ex líder pandillero decía a cámara que el respeto era lo más importante y que sólo se conseguía cuando uno era un rey.

Ya en el tren de regreso a mi casa me puse a pensar cosas raras. Mientras estoy en tránsito entre los centros y las periferias se me da con más frecuencia eso de pensar cosas raras. Y otra vez empecé a darle vueltas al tema de los guardianes (Ver en este blog: LAS CIUDADES POR LA BOCA MUEREN 6, De la necesidad ontológica o invalidación fenomenológica de los guardianes). En una de las estaciones subieron al tren un par de guardias de seguridad de la empresa de ferrocarriles.

Los guardianes imponen… respeto. Como ese señor del video, un tipo con carácter, que desde la pantalla me exigía enérgicamente que le diera mi respeto. Como si el respeto fuera una cosa, una sustancia que se da o se quita. Por lo tanto si los guardianes fabrican y custodian Los Respetos, cabe el artículo y la mayúscula y resignificar esta palabra no como un sustantivo abstracto sino como uno común y concreto, más aún, casi como un sustantivo propio.  

Hasta la modernidad los Respetos eran como los Cronopios y las Famas  de Cortázar, entidades o entelequias con vida propia pero absolutamente inaccesibles. Pues solamente existían dos Respetos, el que tenía Dios y el que atesoraba El Soberano. Ambas veneraciones eran custodiadas por los guardianes correspondientes. Ya fueran sacerdotes o esbirros. Luego se desmadró la historia y todo el mundo quiso ser reconocido. Porque de eso se trata el respeto, de ser reconocido. Y la modernidad inaugura la institucionalización de la autoestima. Hasta ese momento fuera de Dios y el Soberano solamente existía desprecio. Palabra que, por el lado de Spinoza, debe comprenderse como lo que no es digno de ser visto en el espacio público. Y por aquellos tiempos todas las personas pasaban inadvertidas, era natural (y lo más seguro) y a nadie se le ocurría que eso fuera de otra manera. ¿Porqué alguien debía despertar más interés que Dios o El Soberano? Podía resultar muy peligroso.

Dejemos por un tiempo la sustantivación tangible del respeto y regresemos a su condición ideal. Etimológicamente la palabra respeto viene del latín y se compone dualmente con re y spectrum (aparición) que a su vez se origina en specere (mirar). Respeto sería algo así como volver a mirar, no quedarse con la primera impresión. Pero también se define como reconocimiento, re cognitio, un volver a conocer y como una inspección. Ahí se me ocurrió pensar que los guardianes también lo inspeccionan todo.

Tanto prefijo re, obviamente, me llevó a pensar en la palabra religión. Este excesivo deseo de respeto o reconocimiento ¿podría ser un reclamo de auto idolatría? Y seguí jugando con el diccionario de latín que suelo llevar en mi maletín cuando viajo entre los centros y periferias. Encontré que spectrum equivale a representación. Me dije: ¡Eureka, no podía estar ausente de todo esto la maléfica “crisis de la representación”!

El tren se sumergió en un túnel y pensé que la exigencia de respeto autónomo, o sea para un sujeto en particular, sólo podía emanar de un individuo moral y socialmente emancipado, el único que podía rechazar toda autoridad exterior a si mismo y que tenía la libertad absoluta de perseguir y obtener lo que quisiera. O sea, El Rey. En la actualidad algo así como un neoliberal individualista modélico. Por lo tanto se me hace que tanto reclamo de respeto y autoafirmación de uno mismo frente a los demás podría ser propio de una moralidad aristocrática y religiosa. Y aquí se me cruzó el Nietzsche. El tren salió del túnel.

El tipo nunca me cayó muy bien. Pero su crítica al cristianismo suena afinada. Eso de que los cristianos fueran por el mundo exaltando las virtudes de los más débiles, los humildes, los pobres, los oprimidos pero aliados con los brutos que te cortaban la cabeza si no besabas una cruz, violaban esposas e hijas y se robaban todo el oro… hummm…, siempre me puso nervioso.

El jodido del Nietzsche dice que eso no era amor virtuoso sino mero rencor escondido y un odio al poder que yo no poseo para mi propio orgullo. Entonces por eso lo de la alianza estratégica con el poder de turno. Y ya que estamos con la cuestión de las representaciones, esos cuadros con monjes encorvados al lado de los tronos… dan como miedo ¿no?

El tren se acercaba a mi pueblo y hurgando en mi maletín encontré La Fenomenología del Espíritu de Hegel, otro de los libros que siempre llevo conmigo cuando viajo entre los centros y las periferias. El cabronazo nunca te defrauda. En la lógica de la dialéctica del amo y el esclavo el siervo deja de ser objeto de desprecio y obtiene reconocimiento (respeto) cuando se apodera de la dimensión material de la existencia a través del trabajo (del dominio del “útil” diría el Heidegger) y relega al señor al estatus de vampiro que no encuentra su lugar en el mundo y se va a vivir a Dubai. El siervo nunca obtuvo respeto a través de la invocación o la plegaria sino a través de la oportunidad histórica de quién se atreve a luchar por tener éxito.

En uno de los bolsillos exteriores de mi maletín encontré el Leviathan de Hobbes, otro de los libros que mitigan mi aburrimiento durante los transbordos. Y leí que las rebeliones siempre son erróneas mientras no tengan éxito. La rebelión exitosa, por el contrario, se apodera de la soberanía y quién se rebeló y tuvo éxito obtiene el respeto que legitima. O sea que los más débiles, los humildes, los pobres y los oprimidos nunca obtuvieron respeto por el mero hecho de solicitarlo o rezar sino cuando le arrebataron el látigo al señor. Claro que entonces la rueda dialéctica siguió girando y quién se hizo con el látigo aprendió, muy pronto, a utilizarlo sobre otros más débiles, más humildes, más pobres y más oprimidos que comenzaron a romperle las pelotas exigiéndole… respeto.

Por la megafonía se escuchó: “Próxima parada…” Y llegué a casa. Mientras abría la puerta del piso se me ocurrió que tendría que escribirle al amigo Luca.

2 respuestas to “LAS CIUDADES POR LA BOCA MUEREN 7”

  1. Me encantan tus viajes de regreso a casa!

  2. es que le enseñaste tu a los griegos lo de la filosofia peripatetica?
    Muy bien…sugiero por le maletin de viaje: Sennet y Bourgois…
    abrazos!

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