EN TRANSITO 14

Cuando viajo en tren, además de sacarle fotos a la gente y las cosas, me gusta leer. Temas variados que escojo al azar de mi biblioteca. Luego, cabalgando sobre los rieles mientras rugen los jinetes de hierro, suelo ojear Tú y el arte (Introducción a la contemplación artística y a la historia del Arte) de W. Waetzoldt, o Maravillas de las ondas (La radiodifusión y la televisión descritas para todos) de E. Rhein, o El mundo en la retorta (Una química moderna para todos) de H. J. Flechtner, o Desde el punto de la cuarta dimensión (Una geometría para todos) de E. Colerus. Obras modernas de la editorial Labor que aportan a mi cultura general una atrayente interpretación de la ciencia recreativa. Pero recomiendo, muy especialmente, de la colección Cosmopolita: Catch as catch can (Lucha libre, “agárrese como pueda”) de B. Adalán. Ultimamente también estuve leyendo cosas vinculadas con las nuevas teorías de género. La imprenta del Colegio León XIII ha publicado Mujer, cultura femenina de Sonkoymi y El Progreso Editorial ha distribuido La Psicología del amor de U. González Serrano. Se debe estar siempre actualizado.

Sin embargo uno de los libros favoritos que atesoro es Masa y poder de Elías Canetti. Creo que ya lo he mencionado alguna vez. A este tratado recurrí luego de capturar con la cámara de mi teléfono móvil varias fotos que reiteraban la misma circunstancia. Yo conocía aquello de la imposición de manos de los cristianos cuando se les daba por repartir santidad a troche y moche pero, ahora veo que más bien cunde la moda de la imposición de patas.

La gente cuando realiza algún viaje en transporte público se sienta sin importarle empuercar las butacas y/o fastidiar al compañero/a de ruta más cercano. O sea, se carga al otro, ya sea este una cosa (útil heideggereano) como puede ser la butaca o persona (singular universal) tal cual es otro viajero cercano. Y conste que utilizo el verbo cargar y no cagar. Porque literalmente la forma de estar sentado determina que tanto nos importa el otro. Veamos. Según Canetti la condición de todas las formas de asientos que hoy utilizamos, en el ámbito privado o público, derivan del trono. Y este a su vez tiene su principio original en la representación de animales u hombres sometidos que debían “cargar al soberano”. Estar sentado sobre una silla, butaca o sillón no es lo mismo que sentarse en el suelo. Quién estaba apoltronado era superior a los otros, súbditos y esclavos, que no lo estaban. El soberano jamás debía malgastar sus fuerzas.

Las diversas maneras de ser y estar sentado equivalen a diferentes maneras de ejercer presión. Cuando se está arrellanado sobre una superficie, el culo y las piernas aplastan hacia abajo y, además, dominan una zona adyacente y perimetral.  Estas personas que utilizan las butacas de un medio de comunicación público a su entera disposición, sin que les importe ensuciarlas y sin respetar el límite del otro, son como los reyes de antaño. Sólo les interesa que otros satisfagan su deseo inmediato.


Antes de concluir estás líneas debo reconocer     cuanto me ha influido el tratado de psicología práctica para todos intitulado: Tu alma y la ajena de R. Müller – Freienfels. Sin duda, tras la lectura de este libro, he potenciado mi capacidad de observación y reflexión durante las travesías suburbanas.

Ah, me olvidaba: ¿alguien sabe quienes fueron Troche y Moche…?

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